Descripción
Hace ya casi diez años que el heraldo de la ciudad anunció la destrucción de Troya y se alabó el ingenio de Odiseo.Hay quienes suponen muerto al rey de Ítaca, según pasan los años sin que arribe a las costas de la patria y reclaman los ritos funerarios que se merece su intachable leyenda de héroe griego.
No obstante, Odiseo es un héroe en cualquier lugar de Grecia, salvo en su propia casa, donde se le tiene por padre descuidado y marido sin memoria.
Ítaca, la orgullosa tierra que gobernaba no hace tanto tiempo la mar de Jonia, se encamina despacio hacia el olvido y la pobreza.
Telémaco ha crecido y se impacienta.
En esta obra, un largo monólogo de Penélope, la reina cercada por pegajosos aspirantes a sustituir en el trono de Ítaca al navegante extraviado, va desgranando su desazón y advierte a Odiseo de las previsibles consecuencias de su ausencia.
Desnuda ya de su condición de mito, Penélope se manifiesta como una mujer que afronta en soledad situaciones que, seguramente, la desbordan. No es la menor de esas preocupaciones comprobar en los espejos de metal bruñido que empieza a envejecer en un lecho solitario.
El autor nos llevará de la mano por el interior del gineceo de esta mujer madura, obligada a representar en el mito griego su papel de esposa fiel y casta, para no desmentir las leyendas que circulan por Grecia.
Junto a las quejas sobre la triste condición de las mujeres, sobre esa tradición tan griega de que cada generación ha de tener su guerra, descubrimos que Afrodita, la diosa que desata pasiones, tiene en Grecia especial predilección por sembrarlas en el interior recóndito del gineceo como dejó patente Safo de Mitilene en sus poemas. Y entonces el amor y el erotismo reclaman su lugar y afloran de forma lírica, elegante y poderosa.